La lluvia que no existe
La lluvia de tarde en tarde.
Un árbol ahogándose en la ginebra mientras alguien llama a la puerta
y aparece Jesús borracho y repleto de moscas.
La lluvia en aquel retrato,
ese lienzo donde los animales juegan a ponerse la piel del hombre
y luego llega la luz y se los traga.
La lluvia en el cajón,
lamiendo la herida de esas bragas que te hicieron mujer
y novia
y esquina rota en mitad de la infancia.
La lluvia sobre los labios de una anciana
que tiene sed de vida y dos monedas en su palma ulcerada.
Pero hablo
de la tarde y de la lluvia
y de la vejez.
Pero el cristal de mi ventana no tiene nombre
y está callado
y no suspira ni amenaza con suicidarse.
Pero la lluvia insiste
y yo abro en dos mi cabellera
y hago zumo de trenzas caníbales
y hago el amor con todas las arañas que me surcan,
con todos los príncipes que se pudren en un jarrón
donde la lluvia no existe.













