En medio de un momento de reflexión, una voz seductora y una presencia irresistible le hacen cuestionar sus decisiones. ¿Se atreverá a aceptar el desafío y descubrir si es lo que siempre ha buscado? ¿Estará dispuesto a seguir sus instintos y perseguir el amor sin importar las consecuencias?
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Sacrificios y recompensas
Me encuentro en la mejor etapa de mi vida. Tras pasar los cincuenta, sin ser un sexagenario, me doy cuenta de que tengo todo lo que quería tener. Tranquilidad, cierta sabiduría y un empleo que me llena y del cual me jubilaré cuando mis fuerzas no den para más. Me gusta lo que hago, adoro mi trabajo y amo todo lo que he conseguido hasta el momento.
He de reconocer que no ha sido nada fácil llegar donde estoy. Mis principios tanto a nivel personal como profesional nunca fueron fáciles, en realidad, ¿para quién lo son? Una cosa son los sueños que tienes de niño o de adolescente y otra muy distinta todo lo que sacrificas para poder conseguirlo, y siempre cuando llegues a hacerlo.
Yo desde el principio lo tenía muy claro, quería ser lo que soy, lo llevaba en la sangre, lo sentía por dentro. Todos pensaron que estaba loco, que un chiquillo como yo, poco carismático y no muy atractivo, no lo conseguiría. Sin embargo, dentro de mí, había un algo que latía con tal intensidad que estaba seguro de mi destino.
Si no me quejo a nivel profesional, no podría decir lo mismo en cuestión de amor. La verdad, he de confesar que nunca he tenido mucha suerte y no soy lo que se dice un seductor… Una relación extramarital con un hijo que terminó en divorcio mal parado, tras intentar salvarla por medio de una boda. Vamos todo un clásico, te casas con la que crees que es la mujer de tu vida para formalizar una relación y una familia, porque eso es lo que quiere ella, y cuando te das cuenta tienes más cuernos que un saco de caracoles. En fin…
De todas maneras el paso del tiempo me permitió perdonarla y seguir con mi vida. Aunque admito que, a veces, no se puede separar lo personal de lo profesional y una cosa afectó a la otra.
Sí, ha habido otras relaciones con mujeres de cualquier tipo, mayores, de la misma edad, incluso más jóvenes que yo. El físico, con sinceridad, es lo de menos, siempre me fijé en el interior. Tampoco yo soy gran cosa, siento que con los años estoy empezando a tener encanto o quizás sea cuestión de autoestima.
Al hacer balance me doy cuenta que en todo se gana y se pierde.
Eso hago cada domingo. Sentarme en la terraza del bar que hay cerca de mi casa, tomarme un café mientras ojeo las noticias en el móvil, sintiendo la brisa del mar y su eterno olor a salitre. Reflexionar y darme cuenta de que el amor es algo que quizá no se busca… se encuentra.
En eso estaba yo hoy, perdido en mis pensamientos filosóficos dominicales, cuando he escuchado unos tacones golpeando el suelo con una cadencia rítmica y acompasada como los segunderos de un reloj. El olor a salitre se ha interrumpido por un perfume de rosas indescriptible. Un arrastrar de silla en la mesa de atrás y un: “Me traes uno solo con hielo, por fa”, proveniente de una voz sexy que lo arrasaba todo.
Me he girado para ver de dónde provenía ese confuso conjunto de sensaciones. Espalda contra espalda. Allí estabas tú, una mujer de los pies a la cabeza, segura de sí misma, emanando tranquilidad y felicidad a partes iguales. Ha sido verte y empezar a sudar, mi corazón se ha vuelto loco. No, no es el típico flechazo de veinteañero, es distinto, no sabría explicarlo. Me has descolocado.
Tengo la impresión de que, a mi edad, me quedan ya pocas oportunidades de este tipo en la vida. Hay momentos en los que hay que arriesgar el todo por el nada. No puedo perder el tiempo en miles de preguntas o en dudas. Tengo que actuar.
Respiro hondo tratando de controlar la voz y mis nervios, intentando transmitir seguridad en cada palabra que digo a continuación:
—Hola, ¿puedo invitarte a ese café y ya veremos lo que surge?
No es una frase muy ocurrente. Solo he querido mostrarme como soy, real, sin ningún tipo de engaños.
La respuesta está en el aire, el asunto queda en tus manos…
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