Imagina despertar en un lugar desconocido, incapaz de ver con claridad y rodeado de gritos distorsionados. Tu mente se debate entre la tranquilidad y la confusión. Revive los recuerdos de una noche de verano que marcará tu destino. ¿Lograrás desvelar la verdad oculta detrás de esta rara experiencia?

Marcando nuestro destino

Tengo una sensación extraña, no sé muy bien como describirla, no la he percibido nunca, es algo nuevo, intenso, diferente, hasta podría asegurar que raya lo sobrenatural.

No noto mi peso, la sensación es similar a estar flotando en el ambiente, como si fuera etérea. Mis oídos tienen una especie de abotargamiento, como cuando estás debajo del agua y alguien te habla, que no logras entender muy bien lo que dicen, pero sabes que están verbalizando algo. En este caso son gritos distorsionados de personas que no conozco y las noto bastante nerviosas, junto con un pitido rítmico que a veces se acelera y poco a poco vuelve a sonar como antes.

Tampoco consigo ver nada con nitidez. Parece que hay un foco delante de mí que no me deja ver más allá, aunque su luz es cálida y atrayente. Tengo la necesidad de ir hacia ella, de perderme en la paz y la tranquilidad que trasmite, de sentirla, de tocarla, de que me envuelva y me engulla por completo.

No sé dónde estoy, no obstante me arrolla una sensación abrumadora de sosiego, casi indescriptible.

Solo se me vienen a la cabeza los recuerdos de esta noche.

Somos jóvenes, justo es el verano antes de irnos a la universidad. Estamos llenos de vida y con ganas de disfrutarla al máximo. Se podría decir que son las últimas vacaciones, que con total probabilidad estemos todos juntos. Algunos nos marchamos al norte, al sur o a distintos puntos de la geografía española. Estoy convencida de que este nuevo principio marcará nuestra existencia. Ya no seremos los mismos y por eso, y por las razones de cada uno, hemos decidido aprovechar este periodo estival.

Es el mes de agosto y nos estamos recorriendo la comarca disfrutando de todas las fiestas de los pueblos. El plan es estar en el albergue más cercano a las verbenas y trasladarnos de un sitio a otro con las scooter, esas que llevan siendo nuestras compañeras desde que nos las compraron para el instituto.

Lo de hoy ha sido una pasada, me duelen los pies de tanto bailar, de correr de un lado a otro, de divertirme en “exceso”. Primero estuvimos en la charca del pueblo, de empalme claro, todo el día, apenas hemos dormido y luego una ducha y a continuar la jarana.

Una parte de mí está deseando descansar. Parar y hacer las cosas más despacio. La otra, sin embargo, me anima a continuar con la típica frase: “Solo se vive una vez”

 Una serie de gritos y una especie de golpe seco en el pecho me devuelven un instante a la negrura. Recuerdo las risas, el alcohol y la velocidad al volver al albergue. Voy de paquete en la moto de un amigo. Ninguno llevamos casco, hace mucho calor. Oigo el sonido de su voz diciéndome: “Tú tranquila, que yo controlo”. La velocidad es la causa por la que mi pelo ondea hacia atrás, como una bandera al viento. Elevo los brazos para sentir aún más esa sensación de libertad que me embarga. Casi siento que puedo volar. Eso es lo que hago, estoy planeando, por encima de él, de la moto. Es real…

 La sensación de liberación es sustituida por el miedo. Voy directa al suelo, y de cabeza, de poco me va a servir poner las manos.

Luego gritos de auxilio en forma de plegaria. Súplicas a través de una llamada. Oigo un: “Dense prisa, por favor”

Eso es todo, ahora ya solo están esas sensaciones casi irreales. No sé ni donde estoy ni lo que me pasa. Me siento cansada, exhausta y necesito relajarme. La luz viene hacia a mí, ya llega, se acerca, me devora y traspasa.

Escucho un: “La perdemos, la perdemos…” y a continuación un pitido largo, estable… y sin altibajos.

Para saber la solución al juego clica en la ilustración

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@yugm76