En la anterior entrega dejábamos al futuro emperador disfrutando de su collar de la Orden del Toisón de Oro. Con el collar, pero sin trono, que se lo quedó su tía, Margarita de Austria. Al crío le quedaba mucho por aprender hasta convertirse en lo que fue después. Y en ello tuvo mucho que ver la aparición de un personaje singular, una de esas personas llamadas a ser la encargada de la formación de otra. En el caso del pequeño Carlos ese papel lo cumplió Guillermo de Croy, señor de Chièvres.
Un pájaro de cuidado.
Para empezar, el tal Guillermo era su primo, para que todo quedara en familia, y se lo curró a conciencia para que su capacidad de influencia sobre el futuro emperador fuera total y absoluta. Incluso de él se dice que llegaba a dormir en la misma cámara que Carlos para que eso de sorberle el seso surtiera efecto de verdad. Comer la oreja un día tras otro es lo que tiene, y a Guillermo le salió redondo el asunto. A lo de dormir en la cámara imperial, salía el pájaro diciendo que lo hacía así para servir a su señor como se merecía. Y la peña que conocía el percal, esto es, al tal Guillermo, llevándose las manos a la cabeza. Que era interesado es poco, así como hábil, inteligente y con unas ansias de poder que no cabían en él.
En consecuencia, Guillermo de Croy se encargó de modelar la figura del pequeño Carlos desde el punto de vista político hasta que alcanzó la mayoría de edad. Eso ocurrió cuando cumplió los quince años, aunque lo establecido era hacerlo a los dieciséis, pero De Croy se las arregló para convencer al abuelo de la criatura y tío de la regente Margarita para que la adelantara. Que el crío ya está listo, que es un lince. Que no veáis cómo va a mandar. Una joya. A cambio de la prebenda, Guillermo alegró los bolsillos de Maximiliano con una sustanciosa ayuda a cargo de los Estados Generales de Flandes —que estas cosas no son de ahora. Siempre han sido así y lo serán para los restos—. Y Maximiliano, tan contento, y no menos el de Croy. La persona que, ojo al detalle, controlaba aquel órgano de poder. Para que vayáis conociendo el pelaje del fulano.
Y es que ahí residía el temor de los muchos que conocían a Guillermo de Croy. No sólo sus ansias de poder eran de sobra conocidas, sino más aún su manera de proceder, envenenada por la codicia. De la que no tardarían en saber en Castilla, sin ir más lejos, ya con Carlos gobernando y Guillermo de Croy convertido en su privado —el único que tendría el emperador en toda su vida— frotándose las manos.
No era poco lo que estaba por llegar. Pero tela, telita. Sobre todo, para los castellanos.













