Cuando todos contaban cuentos de ensueño, ella optó por la realidad. Pero ahora, con el cuarto vacío y las historias ausentes, se pregunta si fue lo correcto. ¿Puede la vida sin fantasía brindar la misma felicidad? Un relato conmovedor sobre enseñanzas y arrepentimientos.
El precio de la verdad
“Colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.
Así es como terminan algunos cuentos. Esos que jamás te conté acostado en mi cama. Nunca fui de esas. Prefería abrazarte y velar tus sueños, junto a ti. Hasta que tu pequeña manita se deslizaba hacia el colchón y estaba segura de que ya dormías. Entonces me levantaba muy despacio, sin apenas moverme para que no me sintieras marchar. Y te dejaba allí, tranquilo, descansando.
No, nunca hubo fábulas, pensaba muchas mañanas cuando te llevaba al colegio y las demás madres presumían de ello. Contaban como acostaban a sus hijos y les leían un cuento para que se quedaran dormidos. Nunca hubo historias de príncipes, princesas, caballeros o dragones. Solos, tú y yo, acurrucándonos y acompasando la respiración hasta que era un pequeño susurro.
Miro hacia atrás en el tiempo y recuerdo aquellos momentos, alguna vez me lo eché en cara a mí misma por no haberlo hecho, “perder” diez minutos de mi tiempo, meterte en tu cama y dejarte soñar con aquellas historias. Crear mil mundos, inventados solo para ti, y dejar que tu imaginación volara hasta caer rendido.
En la vida se me ocurrió que pudiera echar en falta ese instante. Y sin embargo así es como me siento. Una parte de mí anhela poder volver a ese momento y hacer lo “correcto”. Llenarte la cabeza de fábulas y relatos en los que la princesa es rescatada de la enorme torre del castillo, después de que el caballero mate al terrible dragón; o el sapo se convierte en príncipe con un maravilloso beso; o quizás en la que los dos protagonistas se enamoran y al final, después de muchas vicisitudes, termina triunfando el amor; y así diciendo la famosa frase.
Sin embargo otra parte de mí sabe que lo hice bien. Que nunca te conté un cuento porque no tengo fe en ellos. Son historias absurdas que no muestran la realidad. En la vida real no siempre gana el bueno, no tiene por qué triunfar el amor, la princesa hay veces que es asesinada por el dragón, y el sapo sigue siéndolo porque nadie lo besa, ya que es muy feo.
Yo te contaba a lo largo del día como era la vida, no los cuentos. Trate de enseñarte lo que era la realidad, sin fantasía, sin magia, sin milagros.
Esa existencia a la que hay que mirar de frente y a la cara para seguir hacia delante. La que nos pone mil escalones de antemano y cientos de vallas antes de llegar al destino. Esa donde nada es fácil.
Esa que te mostró que te puede dar un revés cuando menos te lo espera; siempre puede aparecer alguien que trate de hacerte daño; en la que hay que esforzarse a diario por hacer bien las cosas; en la que hay que luchar sin rendirse; y a pesar de todo eso, hay veces, quizá excesivas, en la que las cosas no salen como tú esperabas.
También te informé que existen cosas bonitas como la familia, aunque a veces te pelees con ellos; los amigos, aun cuando algunos se hayan ido quedando por el camino. Los paisajes, los momentos de relax, los viajes, el mundo, etc… Que no tenías que encontrar a tu alma gemela, o a tu media naranja, porque eras un ser completo, y que bien podría ser un plátano, una pera o una manzana, con lo que tú te sintieras más identificado.
Siempre quise que entendieras que a pesar de todos los obstáculos que la vida nos pone, cada cual es capaz de superarlos, y hay que hacerlo, no hay que rendirse, que esa palabra no figuraba en nuestro vocabulario. Que éramos fuertes, valientes y dispuestos como cualquier ser humano. Y que sobre todo, en esta vida, lo más importante, es ser feliz.
Ahora, con el paso de los años, cuando tu cuarto ya está impoluto, cuando no quedan zapatillas en el suelo, ni una montaña de ropa sin guardar en la silla, y la cama esta siempre hecha; cuando ya solo vuelves a casa, si es que lo haces, una vez al mes… me pregunto si todo aquello sirvió de algo, si las historias reales de las que hablamos fueron enseñanzas para ti o, quizás, hubieras preferido algo de fantasía y el clásico:
“Y fueron felices y comieron perdices”
La solución al juego, clicando en la ilustración.
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