‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas: «Ser alguien… sin ser consciente de quién»

Acabamos la primera entrega de este repaso a la vida del Emperador Carlos V en el momento de su bautizo. Épico. Bajo el retablo de La adoración del cordero místico, de los hermanos Van Eyck. La corte, presente, y las campanas, repicando como el cocido de Pepe Blanco —para los de la Generación Y, eximio cantante nacido en Logroño— en la buhardilla. Diez días de vida tenía la criatura, así que enterarse del asunto, lo que se dice enterarse, poco o nada.

Del siguiente episodio de su vida sí se enteró algo más. Ahora, tener conciencia del asunto, es otro cantar. Primero, por la edad —seis años contaba la criatura por entonces—; y segundo, por el boato que rodeó al asunto: la imposición del Collar de la Orden del Toisón de Oro. Orden de la que era caballero incluso antes de que se lanzara a la aventura de andar sobre sus dos piernas porque así lo decidió su padre, Felipe el Hermoso.

¿Cuál fue el detonante del hecho que se va a narrar en el presente capítulo? Que Felipe el Hermoso abandonara este valle de lágrimas antes de tiempo. Lo hizo sin avisar —como suele pasar con estas cosas—, un 25 de septiembre de 1506, en Burgos, donde su esposa Juana reclamaba la correspondiente herencia de la Corona de Castilla. Por tanto, con Felipe criando malvas y Juana a punto de fijar residencia definitiva —en contra de su voluntad— en Tordesillas, tocaba elegir sucesor. La cuestión se abordó en los Estados Generales de Flandes reunidos en Malinas el 15 de octubre de 1506 tras conocerse la noticia del Hermoso deceso —por el personaje, no porque fuera bello el hecho en sí.

Seis añitos la criatura y ya heredero de un montón de tierras, de territorios, de reinos, etcétera, etcétera. La ceremonia tuvo lugar dos días después, con Carlos vestido como una persona adulta para recibir el que sería su adorno preferido para los restos. A la imposición de aquella joya asistió la flor y nata de la Corte, y él mismo lo hizo también acompañado de la suya, la borgoñona. En resumen: un crío de seis años al que le iban a imponer un collar de oro, ciento y la madre presente en el asunto, y otro ciento y la madre que lo acompañaba allá donde el fuera. De feria en feria, que canta Serrat —si a los de la Generación Y hay que explicaros quién es Serrat, mal vamos—. Un cuadro, vamos. Que le causó una honda impresión, eso sí. Eso de que fuera a ser rey con el tiempo, en la cabeza de un crío de sólo seis años, anda que no da para darle a la mollera. Un vodevil tras otro.

De aquel acontecimiento salió el pequeño Carlos presumiendo de Toisón —no dejaría de hacerlo en toda su vida—, pero no siendo rey. Cosas de la edad. El cargo se lo ofrecieron a Maximiliano, abuelo de la criatura y padre del finado Felipe el Hermoso, que finalmente delegó en su hija Margarita. Así, en abril de año siguiente, 1507, la referida tomó posesión de su cargo ante los Estados Generales, esta vez reunidos en Lovaina. Tres meses después, ya en su Corte de Malinas, resonó el grito ritual “El rey ha muerto. ¡Viva monseñor!” con una mujer como reina presente. Con un par, estaréis diciendo. Pero era lo que mandaba el protocolo. Las lentejas y todo eso; y Carlos, ya con siete añitos, tan contento con el collarcito de marras sin que todavía siquiera qué significaba. De eso y otras muchas cosas se encargaría Guillermo de Croy, señor de Chièvres. Pero, eso, ya para la siguiente entrega.

@VictorFCorreas

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