Imagina escuchar una historia que te transporta a un tiempo perdido, donde el destino de dos amantes quedó sellado por una promesa mortal. ¿Estás dispuesto a adentrarte en su dolorosa historia? ¿Qué consecuencias tendrán aquellos momentos de amor prohibido?
El acantilado de la desesperación
Me encantan las historias antiguas, más si son de mi pueblo. Aunque en realidad lo que adoro es que me las contara mi tía.
Aún puedo recordarla en la cocina de la planta baja del caserío sentada en una silla, el mandil a la cintura, el cubo de basura delante de ella pelando patatas para luego hacer el marmitako en la cocina de leña que había instalado mi tío.
Ella era especialista en contar historias. Te embelesaba de tal manera que en ocasiones podían haber pasado horas sin que yo, con apenas 5 años, me hubiera movido del sitio.
Solía deleitarme con alguna de ellas, en cualquier ocasión. Siempre aprovechaba los fines de semana de invierno, cuando la nieve y el mal tiempo me impedían salir a la calle a jugar.
Adoraba sentarme en aquella pequeña sillita de madera con asiento de paja que mi tío había hecho solo y en exclusiva para mí. Escuchaba con total atención las historias que ella contaba, no era la aventura en sí, sino su manera de transmitirla, podía sentir y ver a cada uno de los personajes de sus relatos. Era una “cuentacuentos” nata.
Mientras tanto mi tío encendía su cachimba de madera, echaba el tabaco para pipa dentro y lo prendía con una cerilla. El olor impregnaba con rapidez la estancia que, mezclada con el guiso que mi tía tenía a fuego lento me daban una sensación de hogar indescriptible.
En esos momentos se detenía el tiempo. Nada de lo que pudiera ocurrir fuera de esas cuatro paredes podía afectarnos en absoluto. Ella contando la fábula, ajena a que mi tío y yo la mirábamos abstraídos por la historia y por su lenguaje corporal que era el que nos absorbía.
Mi favorita era la que ella titulaba “El acantilado de la desesperación” que, si no recuerdo mal, decía algo así:
“Hace muchos años, en esta misma aldea, vivía una pareja de enamorados. Ambos de familias poco pudientes y que sobrevivían apenas con lo que les daba el mar y su escaso ganado.
Ya se sabe que el destino es poderoso y, entonces, al joven le surgió la posibilidad de cruzar el charco y embarcarse en un negocio que le haría rico. Ninguno de los dos tendría nunca más que preocuparse de pasar penurias, por no decir también, que lo mismo ocurriría con los nietos de sus nietos.
Así que sin pensárselo dos veces, comunicó a la familia su decisión y marchó en busca de fortuna. No sin haberse despedido de ella en secreto.
La noche antes de la partida compartieron lecho por primera vez en los establos situados cerca del caserío. Ella se excusó ante su familia aludiendo el próximo parto de una de las yeguas.
Y allí, en las caballerizas, sucumbieron al fuego de la pasión. La noche se les hizo corta en grado sumo. Un beso eterno lleno de lágrimas con los primeros rayos de sol selló la partida. El barco zarpaba poco después del amanecer.
Fueron pasando los días sin tener noticias de su amante. Y una gran tristeza invadió el corazón de ella que, poco a poco, fue quedándose aletargada, fría y vacía.
Pasaron los meses, él volvió. Su primer pensamiento cuando regresó fue verla. En sus cartas, aquellas que enviaba desde que marchó, la decía lo mucho que la amaba y que no tardaría en volver. Por lo tanto se extrañó cuando no la vio en el puerto.
Se encaminó hacia su casa y allí le anunciaron que había muerto, como se decía por aquel entonces, de pena. No pudo escuchar más, enloqueció…, salió corriendo hacia el acantilado y se arrojó al vacío.”
Lo que nadie nunca sabrá es por qué aquellas cartas jamás llegaron a su destino. Lo que muchos desconocen es que fruto de aquel amor nació una niña.
Y que ella soy yo.
La solución al juego la tienes clicando en la ilustración.
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Excelente.
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Muchísimas gracias. Me has dejado sin palabras
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