
El mes pasado estuvo lleno de formas de expresar emociones y sentimientos de amor, de gestos que abren nuestro corazón, pero hay una forma de expresión que no tratamos en septiembre y que va a ser la reina en este mes, porque su importancia lo merece: la palabra.
El poder de la palabra es indudable en todos los ámbitos de la vida: en el profesional, en el social, en el familiar, en el íntimo también, por supuesto.
Hoy vamos a ver el poder de la palabra en las relaciones amorosas, y qué mejor ejemplo que el apasionado diálogo de amor entre Don Juan y Doña Inés de la magnífica obra Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Inigualable, inimitable, sublime. En mi opinión, obra comparable al Hamlet de Shakespeare.
Qué poderío, qué manejo de la palabra, qué dominio de la psicología humana y del arte de la seducción…
DON JUAN
…¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.
DOÑA INÉS
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad por compasión,
que oyéndoos me parece
que mi cerebro enloquece
se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal, sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos:
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer ¡ay de mí!
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame porque te adoro.
—ooo—
Reflexión: Qué maravilla de diálogo de amor en verso, qué maestría de la palabra, qué osadía, qué buen gusto y qué acierto, qué ejemplo tan divino del poder de la palabra: cómo Doña Inés cae rendida a los encantos y las palabras de amor de Don Juan.
—ooo—












Qué magnífico acierto has tenido.
Qué maravilloso juego de palabras.
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¡Hola, Javier! Me alegra que te haya gustado el texto seleccionado para hoy.
Es una maravilla de diálogo amoroso y de ejemplo del poder de las palabras.
Ese matiz de juego que tú señalas me parece muy acertado.
En este juego ha sido Don Juan el ganador.
Muchas gracias por tu comentario.
¡Buen finde!
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Maravilloso volver a perderme en tan luminosa y sensible obra. Genial! Un abrazo.
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Muchas gracias por tu comentario, ya vengas del cielo o del infierno. Me alegra que lo hayas disfrutado. Un abrazo!
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