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Galopaste entre balas de cañón, esquivando sables y balazos. Mandaste miles de hombres a la muerte, sabiendo que la victoria se construye con su sangre. Tomaste decisiones difíciles, o no, sobre gente que casi nunca conocías y en la que probablemente tampoco volviste a pensar.
Gracias a ello, cuando ya no queda nadie que te conociera en vida, tu estatua sigue coronando un magnífico monumento en el parque máximo de Madrid. Qué menos que ahora, en vez de la sangre de las heridas de la batalla y de los restos de barro y de pólvora, el Ayuntamiento mande alguien para que te limpie las cagadas irreverentes de las palomas sobre tu quepis y tu guerrera.

@JoseRaigal











