
El fuego
Desde pequeña he sentido fascinación por el fuego, tan brillante, tan caliente, tan inaccesible.
Ver como mi madre colocaba las brasas con el atizador en la chimenea, o trataba de avivarlo para mí era hipnotizante.
Lo mismo me pasaba cuando encendía velas cuando la luz se había ido en el viejo caserón del pueblo.
Ella, una mujer a la que mi padre abandonó al enterarse que estaba en cinta, siempre me decía:
– Quien juega con fuego termina quemándose.
Nunca comprendí lo que me quería decir con sus palabras porque, a escondidas encendía, una y otra vez, las velas que tenía en el sótano.
Hoy, por fin, la he entendido. Nunca se refirió a ese fuego. Hablaba del amor. Como ella también me he quemado, tengo una quemadura de tercer grado.
Yu Gm











