Miércoles, y seguimos dándole vueltas a esto del espionaje de los EEUU. Como si fueran los únicos que se dedican, en plan vecinas de “Aquí no hay quien viva”, a correr la tapa de la mirilla cada vez que sienten subir a alguien por la escalera.
Esta hipocresía farisea de culpabilizar a uno cuando tú calzas el mismo gorro está resultando de lo más entretenida. Todos, absolutamente todos los países tienen una partida presupuestaria pública y notoria para departamentos como el CNI en España, la ASN en América, el MI6 en Gran Bretaña, y bla, bla, bla… Para los que aún conserven la inocencia de Bambi, en estos Centros el personal que trabaja allí se dedica a hacer lo que Ulrich Mühe en “La vida de los otros”, porque ése es su trabajo y si no lo llevan a cabo se les despide con todas las de la ley por incumplimiento del contrato.
Lo realmente curioso de todo este asunto es que mientras señalamos con el dedo acusando a EEUU de cotillear más de la cuenta, siguen haciéndolo y el resto de los países también, el mundo se plantea redactar un manual del espionaje de obligado cumplimiento para todos.
Básicamente consiste en admitir que se puede espiar como se quiera, cuanto se quiera, pero con el sigilo y la discreción propia del oficio y no en plan Mortadelo y Filemón, que luego toca decir eso de quien esté libre de pecado que lance la primera piedra y la lapidación se queda en agua de borrajas.
Ironías aparte, la verdad es que el infantilismo del que están haciendo gala Alemania y Francia sobre todo, que, no nos engañemos, fuera del Golfo Pérsico son quienes les interesan a los EEUU, quejándose como niños pequeños de que el Gran Hermano sabe la lista de la compra de Merkel o de Madame Hollande, es de un patetismo abrumador.
El quid de la cuestión está en saber por qué Julian Assange y Edward Snowden deciden revelar que esto del espionaje es el pan nuestro de cada día entre los diferentes países. Podríamos suponer que al hacerlo querían disfrutar de los quince minutos de fama a los que según Andy Warhol todos tenemos derecho, pero ha resultado que no han tenido en cuenta que al personal eso de ver sus vergüenzas en boca de todos no le gusta ni un pelo.
Cierto que los países que dominan el mundo les han declarado el enemigo público número uno, con todos los inconvenientes que eso supone para quien recibe tal calificación, pero ellos confiaban en que el pueblo estaría de su parte en esto de lavar los trapos sucios en la calle y no en casa.
El ciudadano de a pie no es tan imbécil como puede parecer a simple vista. Es totalmente consciente que el Gran Hermano invierte más en vigilarnos que en procurarnos algo tan básico como un techo donde resguardarnos, un plato de sopa que llevarnos a la boca o un trabajo digno, y eso es lo que realmente le preocupa y no lo de jugar a ser Anacleto, agente secreto.
Para terminar nos vamos a atrever a dar un consejo. Cada vez que usemos el teléfono, el GPS, las redes sociales y todo aquello que sirve para interrelacionarnos con el mundo, no olvidemos desear una buena guardia y enviar saluditos al que nos vigila.
Galiana












Me encanta tu artículo y lo asumo todos los días. Siempre dejo una ironía al que me vigila. Jajaja.
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