‘Pa’ habernos ‘matao’ por @VictorFCorreas (serial sobre Carlos V) para leer y (volvemos) a escuchar: «Viaje con nosotros»

Viaje con nosotros

Ya coronado emperador, tocaba darse un voltio ―qué pasa contigo tío, que también se decía en los años 80 del siglo pasado―, y el destino era Augsburgo, donde se había convocado Dieta imperial. Eso sí, sin prisa, que tampoco era cuestión de recorrer lo que le quedaba de imperio por visitar en dos días; que no salió de Bolonia hasta casi un mes después de ser coronado. Y en llegar a Augsburgo, dos meses y medio largos después de pasarse por Mantua ―donde permaneció veintitrés días―, por Trento ―allí, cuatro―, en Innsbruck ―todo un mes, que para eso era la ciudad de su dinastía―, y en Múnich, donde el duque de Baviera le ofrecería parranda durante otros cuatro días.

Un viaje largo, cansado y chungo, que eso de cruzar los Alpes ―la primera vez que lo hacía― no era moco de pavo. Gattinara, su gran canciller, no lo contó, pues cerró sesión el mismo día que la comitiva imperial arribó a Innsbruck; donde le esperaba su hermano Fernando, pues había que tratar de llegar juntos como hermanos y miembros de una iglesia ―y no es coña― para contener lo que les esperaba en Augsburgo, que eran los protestantes. Un encuentro entre dos hermanos que llevaban su tiempo sin verse el careto ― «con quien holgué mucho», llegó a decir Carlos V por carta a su esposa, la emperatriz.

Que la cosa religiosa se calmara en Augsburgo era esencial para que Carlos V pudiera cumplir con la palabra que dio a Clemente VII. Y no era otra que celebrar un Concilio. ¿Qué por qué no lo montaba él? Para que luego no le saliera nadie dentro de su patio particular soltándole a la cara eso de que él y sus colegas, cardenales y demás, se bebían el Nilo, el Danubio y el Pisuerga y se ponían gochos de lo que quisieran. Que se pusiera Carlos V con ello, que tantas ganas tenía.

De aquella reunión entre hermanos, como decía, salió la unión necesaria para afrontar la Dieta programada. Otro cantar fue encontrar un sustituto para Gattinara, al menos de su misma valía —complicado no, lo siguiente. Aquel tipo fue un crack—. Ahí, el arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca, intentó arrimar el ascua a su sardina con eso de que se trataba de un cargo vinculado desde tiempos medievales por la Corona de Castilla al Arzobispado de Toledo. Carlos V rechazó el ardid diciéndole que él era el emperador de todos, no sólo de Castilla; y que para lo de canciller, se bastaba él solito, que no le hacía falta nadie, aunque no fueron pocas las ocasiones en que delegó sus funciones en Nicolás Perrenot de Granvela.

Y en estas, a Carlos V le llegó la noticia de que había tenido otro churumbel, un crío al que pusieron el nombre de Fernando, nacido el 22 de noviembre, o sea, con el padre de parranda por Bolonia; que la cosa tenía su miga, porque la que más contenta se puso con aquel nacimiento fue Margarita de Austria, tía de Carlos V, al que le había prometido que sería la encargada de educar al siguiente churumbel que tuviera la emperatriz. Y, claro, todo esto sin conocer la opinión de la madre, que algo tendría que decir en el asunto. Es más, Margarita lo veía tan claro que llegó a escribir a Isabel lo siguiente: «Porque, según lo que me prometió S.M., yo tengo esperanza de que este será mi hijo y caña para mi vejez, que vendrá a consolar la pena que tengo yo cada día. Así que os ruego, señora, que no me queráis contradecir. Y yo solicitaré tanto más a S.M. quando le viere, que os vaya a ver para que comience otro, que gracias a Dios él no ha menester otra cosa sino hijos, para poseer los grandes reinos y tierras que Dios le ha dado». ¿Te has coscado de lo que le dice Margarita a Isabel? Que te dejes de tonterías, que Carlos está en edad de hacerte otra barriga las veces que le dé la gana cuando vuelva a casa y yo necesito alegría en casa. Y aquí paz y después gloria. Así se las gastaban entonces.

Para ir concluyendo, que es gerundio, el emperador se marchó de Innsbruck camino de Augsburgo, donde se entretendría un buen rato tratando de negociar que la facción luterana que acudiría a la Dieta convocada no se los tocara más de la cuenta. Eso suponía, pues, la vuelta del emperador a Alemania después de “lo” de Worms, cuando tuvo la que tuvo con Lutero y las consecuencias que provocó el asunto. No obstante, la situación era bien distinta a aquella otra ocasión, porque el emperador se sentía fuerte después de lo de Clemente VII y el resultado del asunto para Francisco I y Enrique VIII; y porque cada vez más gente, como el príncipe Cristian II de Dinamarca, le pedía protección por lo que pudiera pasar.

Pues eso, que tocaba Dieta en Augsburgo.

Después de leer viene lo de escuchar, ya sabes que el podcast y el post no son iguales.

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@VictorFCorreas

Acerca de Galiana

Escritora, bloguera, podcaster, enamorada de todo lo que huele y sabe a Cultura
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